HOLA NIÑOS : Vamos a leer y responder el cuestionario.
1--¿ Como se llama el cuento ?
2-- ¿ Cuántos chanchitos hay en el cuento ?
3-- ¿ Qué le pasó a la casa de paja ?
4--¿ Cuál fué la casita más resistente ?
5--¿ Puedes decir si aprendiste algo de este cuento ?
BIEEEEN..... FELICITACIONES
QUERIDOS NIÑOS
PARA USTEDES ESTÁ DEDICADO ESTE TRABAJO
SIN FIN, LOS INVITO A SUBIRSE A MI NAVE ESPACIAL Y JUNTOS DAR UN PAR DE VUELTAS
AL MUNDO...PARA LUEGO IR AL INFINITO Y MÁS ALLÁ
lunes, 29 de noviembre de 2010
lunes, 22 de noviembre de 2010
domingo, 21 de noviembre de 2010
sábado, 20 de noviembre de 2010
jueves, 18 de noviembre de 2010
Cuarta estación: Cuentos Inolvidables
miércoles, 17 de noviembre de 2010
Ahora encontramos la tercera estación: Leo y dibujo.
TRAGAME TIERRA
Dicen que una vez alguien confundió sus colorados mofletes con dos tomates, y que al ir a arrancarlos, se quemó la mano. Y es que no era para menos, porque Álvaro era el niño con más vergüenza y miedo al ridículo que uno pueda imaginarse; bastaba con que ocurriera cualquier pequeña contrariedad para que se pusiera rojo como una guindilla. Así que el día que le ocurrió algo ridículo de verdad, parecía que iba a estallar de vergüenza.
Álvaro estaba con su amigo Jaime preparando la obra de teatro de "Los tres cerditos", en la que Jaime participaba. Estuvieron jugando un rato hasta que Álvaro recordó que había invitado esa tarde a Dora, la niña más dulce, guapa y lista de la clase, a merendar a su casa, así que salió corriendo hacia el patio, donde encontró a Dora, y le dijo:
- ¿Qué, vamos a mi casa? puedo darte un bocata de chorizo...
Y justo cuando estaba acabando la frase se dió cuenta de que había olvidado quitarse la careta y el disfraz de cerdito! Dora quedó petrificada, todos a su alrededor comenzaron a reir, y el pobre Álvaro, incapaz de reaccionar, sólo pensó: ¡tierra, trágame!
Al instante, desapareció bajo la tierra y se encontró en un lugar increíble: ¡allí estaban todos los que alguna vez habían deseado que les tragara la tierra! y no era raro , porque casi todos tenían un aspecto verdaderamente ridículo y divertido. Así conoció al atleta que empezó a correr en dirección contraria y creyó haber ganado por mucho, a la señorita calva que perdió la peluca en un estornudo o a la novia que se pisó el vestido y acabó rodando como una albóndiga. Pronto se enteró de que la única forma de escapar de aquel lugar era a través de la risa, pero no de una risa cualquiera: tenía que aprender a reirse de sí mismo. Y era difícil, porque algunos llevaban años allí encerrados, negándose a encontrar divertidos sus momentos de mayor ridículo; pero Álvaro se superó y supo encontrar en aquellos momentos de tanta vergüenza una forma de hacer reír a los demás y darles un poco de alegría. Y cuando se vio a sí mismo con la careta de cerdo, hablando de chorizo con Dora, no pudo dejar de reírse de la situación.
Al momento volvió a estar en el colegio, delante de Dora, justo donde había dejado su frase. Pero esta vez, lejos de ponerse colorado sin saber qué decir, sonrió, se quitó la careta y meneando su traserito de cerdo dijo:
- Venga anímate, que ¡hoy tengo buenos jamones!
Dora y todos los demás encontraron divertidísima la broma, y desde aquel día, Álvaro se convirtió en uno de lo chicos más divertidos del colegio, capaz de reírse y hacer chistes de cualquier cosa que le ocurriera.
Dicen que una vez alguien confundió sus colorados mofletes con dos tomates, y que al ir a arrancarlos, se quemó la mano. Y es que no era para menos, porque Álvaro era el niño con más vergüenza y miedo al ridículo que uno pueda imaginarse; bastaba con que ocurriera cualquier pequeña contrariedad para que se pusiera rojo como una guindilla. Así que el día que le ocurrió algo ridículo de verdad, parecía que iba a estallar de vergüenza.
Álvaro estaba con su amigo Jaime preparando la obra de teatro de "Los tres cerditos", en la que Jaime participaba. Estuvieron jugando un rato hasta que Álvaro recordó que había invitado esa tarde a Dora, la niña más dulce, guapa y lista de la clase, a merendar a su casa, así que salió corriendo hacia el patio, donde encontró a Dora, y le dijo:
- ¿Qué, vamos a mi casa? puedo darte un bocata de chorizo...
Y justo cuando estaba acabando la frase se dió cuenta de que había olvidado quitarse la careta y el disfraz de cerdito! Dora quedó petrificada, todos a su alrededor comenzaron a reir, y el pobre Álvaro, incapaz de reaccionar, sólo pensó: ¡tierra, trágame!
Al instante, desapareció bajo la tierra y se encontró en un lugar increíble: ¡allí estaban todos los que alguna vez habían deseado que les tragara la tierra! y no era raro , porque casi todos tenían un aspecto verdaderamente ridículo y divertido. Así conoció al atleta que empezó a correr en dirección contraria y creyó haber ganado por mucho, a la señorita calva que perdió la peluca en un estornudo o a la novia que se pisó el vestido y acabó rodando como una albóndiga. Pronto se enteró de que la única forma de escapar de aquel lugar era a través de la risa, pero no de una risa cualquiera: tenía que aprender a reirse de sí mismo. Y era difícil, porque algunos llevaban años allí encerrados, negándose a encontrar divertidos sus momentos de mayor ridículo; pero Álvaro se superó y supo encontrar en aquellos momentos de tanta vergüenza una forma de hacer reír a los demás y darles un poco de alegría. Y cuando se vio a sí mismo con la careta de cerdo, hablando de chorizo con Dora, no pudo dejar de reírse de la situación.
Al momento volvió a estar en el colegio, delante de Dora, justo donde había dejado su frase. Pero esta vez, lejos de ponerse colorado sin saber qué decir, sonrió, se quitó la careta y meneando su traserito de cerdo dijo:
- Venga anímate, que ¡hoy tengo buenos jamones!
Dora y todos los demás encontraron divertidísima la broma, y desde aquel día, Álvaro se convirtió en uno de lo chicos más divertidos del colegio, capaz de reírse y hacer chistes de cualquier cosa que le ocurriera.
martes, 9 de noviembre de 2010
Siguiendo con nuestro viaje hemos llegado a la segunda estación: Leo y Comprendo
LAGRIMAS DE CHOCOLATE
Camila Comila era una niña golosa y comilona que apenas tenía amigos y sólo encontraba diversión en los dulces y los pasteles. Preocupados, sus papás escondían cualquier tipo de dulce que caía en sus manos, y la niña comenzó una loca búsqueda de golosinas por todas partes. En uno de sus paseos, acabó en una pequeña choza desierta, llena de chacharros y vasos de todos los tipos y colores. Entre todos ellos, se fijó en una brillante botellita de crital dorado, rellena de lo que parecía chocolate, y no dudó en bebérselo de un trago. Estaba delicioso, pero sintió un extraño cosquilleo, y entonces reparó en el título de la etiqueta: "lágrimas de cristal", decía, y con pequeñísimas letras explicaba: "conjuro para convertir en chocolate cualquier tipo de lágrimas".
¡Camila estaba entusiasmada! Corrió por los alrededores buscando quien llorase, hasta encontrar una pequeña niña que lloraba desconsolada. Nada más ver sus lágrimas, estas se convirtieron en chocolate, endulzando los labios de la niñita, que al poco dejó de llorar. Juntas pasaron un rato divertido probando las riquísimas lágrimas, y se despidieron como amigas. Algo parecido ocurrió con una mujer que había dejado caer unos platos y un viejito que no encontraba su bastón; la aparición de Camila y las lágrimas de chocolate animaron sus caras y arrancaron alguna sonrisa.
Pronto Camila se dio cuenta de que mucho más que el chocolate de aquellas lágrimas, era alegrar a personas con problemas lo que la hacía verdaderamente feliz, y sus locas búsquedas de dulces se convirtieron en simpática ayuda para quienes encontraba entregados a la tristeza. Y de aquellos dulces encuentros surgieron un montón de amigos que llenaron de sentido y alegría la vida de Camila.
Autor.. Pedro Pablo Sacristan.
Camila Comila era una niña golosa y comilona que apenas tenía amigos y sólo encontraba diversión en los dulces y los pasteles. Preocupados, sus papás escondían cualquier tipo de dulce que caía en sus manos, y la niña comenzó una loca búsqueda de golosinas por todas partes. En uno de sus paseos, acabó en una pequeña choza desierta, llena de chacharros y vasos de todos los tipos y colores. Entre todos ellos, se fijó en una brillante botellita de crital dorado, rellena de lo que parecía chocolate, y no dudó en bebérselo de un trago. Estaba delicioso, pero sintió un extraño cosquilleo, y entonces reparó en el título de la etiqueta: "lágrimas de cristal", decía, y con pequeñísimas letras explicaba: "conjuro para convertir en chocolate cualquier tipo de lágrimas".
¡Camila estaba entusiasmada! Corrió por los alrededores buscando quien llorase, hasta encontrar una pequeña niña que lloraba desconsolada. Nada más ver sus lágrimas, estas se convirtieron en chocolate, endulzando los labios de la niñita, que al poco dejó de llorar. Juntas pasaron un rato divertido probando las riquísimas lágrimas, y se despidieron como amigas. Algo parecido ocurrió con una mujer que había dejado caer unos platos y un viejito que no encontraba su bastón; la aparición de Camila y las lágrimas de chocolate animaron sus caras y arrancaron alguna sonrisa.
Pronto Camila se dio cuenta de que mucho más que el chocolate de aquellas lágrimas, era alegrar a personas con problemas lo que la hacía verdaderamente feliz, y sus locas búsquedas de dulces se convirtieron en simpática ayuda para quienes encontraba entregados a la tristeza. Y de aquellos dulces encuentros surgieron un montón de amigos que llenaron de sentido y alegría la vida de Camila.
Autor.. Pedro Pablo Sacristan.
lunes, 8 de noviembre de 2010
Suscribirse a:
Entradas (Atom)